El ave extraordinaria
(Fábula)
Hace mucho tiempo, un viajero recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria. Aseguraban los sabios que lucía el plumaje más blanco que se pudiera imaginar. Decían, además, que sus plumas parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto su sombra.
¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Desconocían hasta su nombre. El viajero recorrió el bosque y la costa.
Una sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago. "Es solo un cisne", se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.
Un día, junto a un lago, distinguió un ave inmaculadamente blanca. Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo.
—Es solo un faisán blanco, no es lo que buscas.
Algún tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima. Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía en el sol. El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:
Juntos escalaron una montaña. Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro incomparable. Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.
El viajero incansable recorrió muchas tierras, países y continentes. Llegó hasta el Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria.
—Se llama Lumerpa —dijo el anciano—. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien le quita entonces una pluma, esta pierde al momento su blancura y su brillo.
Allí terminó la búsqueda. El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro. Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada, el buen nombre y el honor, que no pueden quitarse a quien los posee y que siguen brillando aún después de la muerte.
Leonardo da Vinci, “El ave extraordinaria”, Italia.
Cano, D- & Osorio, G. (2007) Charanga de letras 6. Panamá: Editorial Santillana
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